Al conocer y estudiar conceptos como el peakoil, el colapso, el cambio climático, el decrecimiento, la permacultura y tantos otros, he tenido siempre la sensación de que estaba todo fusionado, interrelacionado. Tras las 2ªs jornadas de agroecología de Quart de Poblet me he topado con otro tipo de realidad. Es posible estar adoptando decisiones y acciones que van en la línea de muchos de los conceptos antes citados pero desconociendo por completo la otra parte de la historia.
Al principio me alarmé, me encontraba confundido, sentía la necesidad de alzar la mano, de tomar los muchos otros cabos que lanzaban los que allí hablaban y atarlos firmemente para demostrar lo urgente de la situación: la extrema necesidad, la premisa de que más gente estuviera haciendo ya mismo lo que, sin quererlo ni pretenderlo, ya estaban haciendo.
Pero no; opté por permanecer callado, escuchando y aprendiendo lo que se estaba gestando, descubrir cómo lo estaban afrontando. Sentí cierta alegría al saber que avanzaban en ciertos aspectos de una manera magnífica. No sentían presión alguna y caminaban despreocupados en la dirección correcta, apenas percibían los pesos y responsabilidades de todo lo que les rodeaba y no existe mejor forma de caminar, al menos hasta que llegue el cansancio o el camino se vuelva mucho más duro.
Tenía un discurso preparado, una pequeña arenga para leerles en ese último momento, para levantar los ánimos y retomar la caminata final. Acabada la comida bajo aquellas moreras y soplando un extraño aire fresco en el lugar, arrugué mi papel y desaparecí pisando las moras caídas, sin más. Sin prevenirles de nada, sin sumarles un ápice de mi presión personal o más ansiedad de la que ya pudieran estar sufriendo. De nuevo me obligué a entender y asimilar que descurbrir el colapso ha de nacer de cada uno, de forma íntima y personal. Ellos ya estaban trabajando para paliar el colapso y sé que en muy poco tiempo lo descubrirán, pero no iba a ser por mí…
O ¿quizá sí? Si me leen hoy, amigos y compañeros de l’Animeta, de Cúrcuma Agroecología, de Sembravida —quizá sí, hoy sí— vayan por delante mis disculpas:
¿Preparados para darle un bocado a un chocolate puro, ese tan amargo que se queda aferrado al paladar un buen rato? Veréis. El otro día compré una tableta para probarlo, entendiendo que posiblemente llegará el día en el que sea imposible adquirirlo, o —con suerte— tan sólo sea prohibitivo. No me gustó y la tableta acabó en la nevera blanqueándose día tras día. No me gustó ya no por el sabor sino por el sencillo hecho de que es algo que jamás debería haber probado, como tantas otras cosas disponibles por mero capricho y negocio: piñas, mangos o las 17 toneladas de soja diarias hasta las trancas de glifosato. No os preocupéis: en no demasiado tiempo todo eso será un simple recuerdo, un imposible que se hizo realidad durante el periodo de tiempo más absurdo, oneroso e incomparable de la humanidad.
¿Quereis chocolate? Pues ahí va. El futuro de la humanidad está en vuestras manos, en vuestra tierra, en el filo de vuestra azada, en cada semilla recuperada y plantada, en cada pedazo de huerta o campo arrebatados al gran capital y dispuestos para la supervivencia de vuestra comunidad, todo eso y más es en realidad el futuro y no lo que tanto os han estado contando. Es un segundo menos que le quitamos al dichoso reloj de la extinción y la humanidad os lo debe. Pero, por desgracia, no estamos a tiempo de detener nada, tan sólo podemos amortiguar el golpe, descubrir la magnitud del daño y mitigar determinados niveles de sufrimiento innecesarios y que aun así veremos. Deberíamos haber empezado ayer, por lo que mañana ya es tarde y hoy, ahora, sin tiempo, sin miedo, sin querer o queriéndolo aceptar de forma desesperada empieza ese futuro, ese final alternativo que casi nadie se espera.
Sé que es difícil creerme, que muchos ya habréis levantado las defensas todo lo que hayáis podido y más. Os escondéis los unos de los otros queriendo no tener tanta responsabilidad, tanto peso. Incluso alguno me dirá airado que lo que está haciendo es tan sólo un entretenimiento, una forma más de pasar el fin de semana, quizá alguno pueda sentirse ofendido, culpado o señalado, puede que se crea más justo, más precavido, menos culpable de todo lo que está por venir. Lo siento pero es urgente, tan sólo habéis dado un paso más y aquellos que todavia no os siguen vendrán corriendo, sin posibilidad de hacer las cosas tan bien como lo hicisteis vosotros en su día y encima les tendréis que ayudar pues nunca habéis podido o sabido hacer otra cosa que aportar, luchar, ofrecer, porque ya habéis dado ese paso más y muchos os lo agradecerán eternamente, pero otros no.
Sois muchos pero seremos legión.
Sois lo que el mundo y la naturaleza necesita para dejar de agonizar o para que agonice menos durante menos tiempo. Sois la medicina que cura sin matar a esta maltrecha tierra que ha sido tantas veces arañada, contaminada, borrada, desfigurada… Algunos lo sois de forma inconsciente, otros simplemente no queréeis decirlo en voz alta y casi ninguno sabe que os aguardan tiempos difíciles. La exclusión de ese mundo agonizante, viejo y depravado que no tiene futuro alguno.
Las luces de la ciudad se apagan una a una, cada noche que alguna ventana queda en oscuridad; desahuciados, pobres energéticos, sin techo… Esa misma noche retorna una estrella al firmamento y una vela debería perfumar un hogar, una llar, allá dónde las calles continúan y continuarán sin asfaltar.
Pero la exclusión no es gratuita, tan siquiera entendida por el mismo sistema que la promueve y usa como castigo. Un miedo fabricado e infundido que, una vez roto, parece un absurdo ruido mecánico más. El miedo es tan duro como frágil, cristal que hay que romper con decisión, sabiendo que vas a cortarte pero entendiendo que el corte y la sangre no serán más que una liberación que sólo te hará más fuerte, más consciente, más libre. A continuación ya nada ni nadie podrá volver a amenazar con herirte, con excluirte. Hacer esto es más facil contando con que habrá gente para asistir, ayudar y tapar ese corte, ese sufrimiento, aunque sea sólo un instante.
Y de nuevo el sistema buscará nuevos cristales invisibles, cada vez más gruesos, pero más turbios y fáciles de ver, nuevos miedos con los que intentará atenazar lo que siempre ha necesitado para existir: tú, tu obediencia, tu sumisión, tu alienación, tu tiempo, tu vida, tu mera obediencia… Tranquilo: aprenderemos a romperlos todos, uno a uno, hasta que todos y cada uno estemos fuera de la ciudad de las ventanas oscuras.
Lamentablemente siempre quedará alguien, ciudadanos de bien, personas que se sientan imprescindibles a la vez que el BAU no pueda prescindir de ellas. Incluso las luces de la ciudad, tan embriagadoras como fatídicas, harán que algunos se sientan tentados de volver, de gozar una última vez de esas cosas vacías y superfluas; y lo conseguirán. Llegará el día que necesiten venir a buscarnos con sus malas maneras, sus leyes, su seguridad. Nos necesitarán pero no nos pedirán perdón: nos exigirán lo que por un derecho escrito por ellos mismos dicen que les pertenece. Ese día seremos parias, intocables; pero ese día seremos legión. Una legión pacífica y sin miedo, sabia y conocedora de la tierra que proveerá por nosotros. Un pueblo justo y consecuente, una nueva humanidad que habrá llegado para permanecer, para perdurar, para perdonar. Seres que perteneceremos a la tierra y nunca más (nunca lo fue) al contrario.