(Literalmente
éste es un poema floral para poetas
que ya no quieren versar en flores)
Voy por los campos
cruzados por petróleo.
El asfalto me lleva
porque las alambradas
y los cotos privados de caza
me intimidan.
Me asusto del ladrido de angustia
de los pobres perros locos,
presos en chalets de temporada
que gritan por salir,
que tienen sed y hambre de abrazos
y dolor de cadenas.
Voy por allí tan atrapada
como las casinhas con flores y macetas
que quedaron al margen,
privadas de su árbol, su huerto
y su rivera,
que quedó al otro lado,
con sus naranjos y limoneros.
Tan cierto
como el pañuelo negro de luto
con el que ellas, flores también,
se sientan a sentir el sol
en meditación profunda.
El pañuelo anudado en esa piel
que sabe de belleza y amores,
porque en cada arruga,
debajo del pañuelo
vuelve a ser primavera.
En cada flor de cuneta
que riega a las demás
nace la vida;
el tallo y ramo de flores olvidadas
con que se hacen
ungüentos para el reuma.
Me gusta imaginar que
a solas,
preparan baños de pétalos
dentro de sus templos,
y lo que parecieran
casillas viejas de mujeres tristes
son santuarios de las diosas-flor
a las que canta el pájaro.
Sólo en sus pórticos,
portones, portales, doblados..
se atreven aún los volanderos,
voladores, aviones, golondrinas..
a criar sus polluelos.
Llevan, pico a pico,
el barro de regatos,
haciendo el nido nómada
al que vuelven siempre
después de sus viajes.
Porque en las flores de cunetas
y el olor que desprenden
coloridas,
se encuentra el atman
que sostiene al mundo,
la esencia de la medicina sanadora,
el perfume que jamás
—ni en París—
huele como ellas.
Envidio sus risas claras
mientras desnudas
cambian el traje con que reciben
a las nubes de otoño o primavera.
Me arrebata esa desposesión
con la que aceptan
el cosquilleo de los pocos insectos
que aún no se confunden con las piretrinas.
Ese ‘venid a mí vientos y pájaros
aquí estamos juntas, quietas’.
Y así prosiguen, tatuadas en aroma,
la lucha suave con que pelean.
Feroz combate
contra plagas de avena loca
sojas, fabes…
extrañas invasoras que un día
un desalmado arrojó a la escombrera
o peor, a la charca
y ahora ahogan al río entero.
Yo las adoro
por la belleza púrpura, índiga, indígena,
esenciada en su naturaleza petalódora
capaz de sostener el mundo
haciendo tierra.
¡Oh divinas flores de cunetas
que resistís bailando!
En esa risa al son del aire,
durmiendo a la muerte,
está la esencia
de la metamorfosis,
única senda de la auténtica
revolución.
Vuelvo a leer tu bello poema que nos ayuda a conectar con el corazón indígena que compartimos
También la ilustración es preciosa
Gracias, Ana