(Artículo previamente publicado en el blog de la autora.)
Europa está dando un lamentable espectáculo de insolidaridad en estos momentos con el trato dado a los refugiados de la guerra siria, pero esta insolidaridad no es puntual; escenas similares se han visto durante años con todo tipo de inmigrantes: en la valla de Melilla, en el Mar Mediterráneo o incluso entre los propios europeos.
¿Por qué la Europa rica y próspera se blinda de esta manera? Llama la atención que países que nos encontramos entre los 20 más ricos del planeta (esos que tenemos ingresos per cápita 30 veces superiores a los de países pobres) no seamos capaces de encontrar los recursos mínimos para permitirnos, siquiera, alojar refugiados y cumplir con la carta de los Derechos Humanos.
La razón, se me antoja, es muy sencilla: aunque aparentemente Europa es una sociedad opulenta y consumista, en el fondo, somos muy pobres, tan pobres que no podemos permitirnos, siquiera, un mínimo de solidaridad. Somos una sociedad pobre en tiempo, pobre en valores, pobre en relaciones humanas y pobre en democracia. La mayor parte de los habitantes de esta Europa, rica sólo en consumo, somos pobres hombres y mujeres que debemos hacer de nuestra vida una continua carrera para ser cada día más eficientes, más competitivos y más rápidos. No podemos relajarnos un minuto, porque, quien lo hace, corre el riesgo de ser arrojado a los márgenes del sistema y esta posibilidad no debe ser desdeñada: a Europa, y al capitalismo global en general, le sobra gente, mucha gente.
Las zonas rurales del centro de España, por ejemplo, bien podrían recibir miles refugiados que estuvieran dispuestos a cultivar la tierra y dar vida a todos esos cientos de pueblos que están al borde de la extinción (pueblos, que, además, con su desaparición, se van a llevar consigo lo más auténtico de nuestra riqueza cultural). Pero no podemos hacerlo: el sistema agroalimentario global no lo permite. El número de agricultores se reduce cada día porque el mercado está copado por un puñado de multinacionales que impiden el acceso de las pequeñas distribuidoras y las medianas empresas. Es preciso producir cada día más con menos empleados, monopolizar más cuota de mercado y concentrar el negocio en menos empresas.
En el campo sobran agricultores, en las ciudades sobran empresas, en los barrios sobran comercios, en España sobran titulados universitarios e investigadores que se van a Alemania donde también sobran emigrantes españoles. Vivimos en una economía que últimamente sólo sabe crecer a base de cerrar fábricas, ejecutar desahucios y, en definitiva, echar gente fuera del sistema.
Nuestras abuelas y abuelos vivían en sociedades muy modestas y con pocas comodidades, pero necesitaban muy poca energía y recursos naturales para tener una vivienda, poseer relaciones sociales que daban sentido a sus vidas y alimentarse (con una dieta, por cierto, más saludable que la nuestra). Nosotros, sin embargo, necesitamos una cantidad inmensa de energía, contaminar ríos, esquilmar mares y erosionar las tierras sólo para alimentarnos con un demencial sistema que trae los kiwis de Nueva Zelanda y la carne de Brasil. Mientras tanto, quienes son arrojadas a la marginación se convierten en personas sin techo, completamente despojadas de dignidad y hasta de identidad, olvidadas por un sistema cuyos complejos reglamentos ni siquiera permiten ocupar un trozo de tierra para construir una vivienda o cultivar alimento.
Este sistema productivo tan industrializado y tan moderno nos ha convencido de que es inmensamente eficiente porque optimiza hasta la milésima el precio de los productos y el beneficio empresarial. No nos damos cuenta de que es mentira: no es eficaz, es un desastre económico porque no es capaz de proporcionar lo más importante: salud, bienestar, empleos dignos y un entorno natural limpio y pleno de recursos para las futuras generaciones. Quizá necesitamos, simplemente, un sistema económico que produzca menos y más caro pero que sea capaz de alimentar a todo el mundo, dar salarios dignos, conservar los recursos naturales y permitirnos ser solidarios. Va siendo hora de que nos demos cuenta de que en este planeta no sobran personas de ningún tipo, lo único que sobra es un sistema económico demencial, que solo sabe dilapidar recursos naturales para mantener un alienante estilo de vida consumista destinado a una minoría cada vez más pequeña.
Gracias por trazar las conexiones de lo que está pasando, algo tan difícil en el mundo del parcialismo e inmediatismo, de las explicaciones simplonas y la nula reflexión.
Me llama la atención tu atrevida propuesta de repoblar las zonas rurales con estos refugiados (u otros que seguro llamarán desesperados a las puertas de la UE en el futuro). Yo también lo he pensado como ves: http://casdeiro.info/textos/2016/03/24/galiza-non-ten-un-problema-demografico/
El problema surgirá, en mi opinión, si esos refugiados entran en «competencia» con los refugiados interiores que sin duda tendremos. Imaginemos que les abrimos las fronteras a todas estas personas y que los realojamos en nuestros campos. Magnífico… Pero en pocos años sabemos tú y yo que muchos de quienes ahora vivimos en ciudades necesitaremos también ir a vivir al campo. ¿Habrá sitio, entonces, para todos? Ojalá fuera así y ojalá supiéramos gestionar esto de una manera solidaria y cooperativa, pero sabemos con seguridad que surgirán poderosas fuerzas insolidarias (¿acaso no las vemos ahora, cuando en teoría, no hay tanta escasez en nuestras sociedades como tendremos mañana?). ¡Imagina los pogromos, las limpiezas étnicas que se podrían producir! Esto hay que gestionarlo desde el comienzo teniendo en cuenta que también nosotros, los europeos, necesitaremos repoblar el campo… Y que (también lo sabemos: http://www.detritivoros.com) es muy difícil que haya para todos. Es un dilema ética y político de enorme calado y que marcará, si no lo evitamos, los genocidios del futuro.
Manuel, tienes razón en que no se puede hacer de cualquier manera una repoblación y, de hecho, es lo que hago constar en el artículo. Si no cambian las cosas no se puede alojar a nadie en el campo, por muy despoblado que esté. Los propios inmigrantes que vinieron a Castilla y León en los años de la burbuja ahora mismo no tienen jornales y no se sabe de qué viven, mientras los robos de comida y gasoleo son frecuentes. La gente de los pueblos está hasta arriba de ellos, y eso que son 4. Mientras no cambie el MERCADO no se puede hacer nada.
Se podría alojar a «refugiados», tanto «urbanos-nacionales» como extranjeros, si, por ejemplo, la administración se comprometiera a comprar la producción de estos nuevos agricultores (mejor si son ecológicos), y además les proporcionara tierras almenos con bajas rentas. Pero si se les deja competir en el mercado agrario tal y como estan las cosas no sobreviven y se tendrian que dedicar a robar. Es muy peligroso, es cierto.
Pero, por otra parte, tenemos que empezar a hablar de cambiar el sistema agroalimentario y el mercado, sobre todo el mercado. Viviemos una sociedad aplastada por su mercado, no sé qué hacemos hablando tanto de trabajadores o de política cuando todo lo que pasa en esta economia se arregla cambiando el mercado, no a los politicos. Es el mercado el que hace imposible la solidaridad, es el que hace imposible la vuelta al campo yel que hace impoislbe la ecologia y la sostenibilidad. y es la dinamica del mercado (el mas barato para mi) la que nos empuja al colapso.
Ademas no creo que tengamos que acoger refugiados, excepto en situaciones de guerra provisionales. Africa es mucho mas grande y despoblada que Europa, lo que tenemos que hacer es marcharnos de Africa y dejarles en paz, dejar de acaparar tierras, dejar el agrobusiness. Europa no tiene por qué acoger a campesinos, lo que tenemos que hacer es dinamitar los supermercados…(metafóricamente hablando) y sustituirlos por mercados campesinos.
Sí, podría ser una buena idea, encajable con otro tipo de políticas para un Decrecimiento ordenado y pacífico. Pero también podríamos pensar en otra opción: que se instalasen y dispusiesen de tierras para una agricultura de subsistencia. O sea, como nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelas… No podemos pensar que siempre nos va a sacar las castañas del fuego el Estado (y menos, está claro, el mercado capitalista). La autoorganización cooperativa de un pueblo puede proporcionar a cualquier colectivo humano lo suficiente para sobrevivir. Esta gente quizás pida algo más, por alcanzar ese «sueño europeo» de riqueza que han podido ver en TV (hablo de los refugiados económicos) o simplemente porque era lo que tenían más o menos en su vida de clase media en las ciudades de Siria (en el caso de la guerra). Las expectativas es vital tenerlas en cuenta. También las de nuestros urbanitas, futuros neorrurales…
Sí, se arreglaría… Si pudiésemos desde arriba ejecutar ese cambio de mercado o de paradigma económico. Pero me temo que antes de que eso sea posible, ese modelo se derrumbará y de sus cenizas emergerán, en pugna, el modelo eco-comunitarista y el neofeudal.
Compañero margarita Mediavilla
Tengo que decir que coincido 100 % con su opinión, hasta yo me iría a poblar esos campos; ¿pero qué ocurre?, lo mismo que ocurre en todas partes, que eso es posible y hasta exitoso, pero no dentro de los marcos de la relaciones de producción capitalista, en la todo pasa por el filtro del valor, de la rentabilidad y la eficiencia.
¿Cómo sobrevivir en esas zonas?, ¿que produciríamos? ¿cómo adquirimos (comprando como es lógico) lo que no podremos producir en ellas?, porque en este jodido sistema, que por suerte agota, quien no privilegia lo que constituye su magma y esencia (la acumulación incesante de capital) no triunfa, perece, desaparece de la escena.
No obstante mi nota no es para criticarla (al contrario), sino para seguir llamando la atención de que en el capitalismo no es posible la liberación humana. Y comentarle que no estaría descabellado experimentar, aunque nos demos cuenta que en realidad ese camino es posible… o a lo mejor sí. Yo me apunto.
Un saludo, gracias y es todo un gusto compartir su inteligencia, tan sabia.
Al margen, permítame hacerle un comentario: Llama mucho la atención que un territorio tan conservador (como suele decirse de Valladolid) sea capaz de producir personas tan brillantes, eminentes y esclarecedoras.
Mis saludos reiterados y mis gracias por esta revista.
Rodolfo Crespo
Gracias, Rodolfo, por los elogios, inmerecidos. Pero me llama la atención el comentario sobre mi ciudad. Yo no creo que Valladolid sea una ciudad especialmente conservadora dentro del panorama español, si bien es verdad que los conservadores vallisoletanos han dado muestras de radicalidad y ranciedumbre destacada durante décadas (por suerte ya les hemos echado de la alcaldía). Castilla y León es una región de emigrantes y eso hace que queden los más conservadores pero Valladolid se beneficia de la inmigración del resto de la comunidad y del medio rural y es una ciudad culta y muy diversa (a veces parecen dos o tres ciudades superpuestas y enfrentadas).
Y respecto a la forma de producir en otras condiciones… hay quien lo hace, y son los únicos que sobreviven en el medio rural, los que buscan sus propios mercados, como las redes de consumo ecológico.
Gracias por responderme. Perdonad mi comentario sobre su ciudad, creo haberlo dicho (suele decirse).
Estuve de visita en ella en febrero de 2015, y como uno va de visitante no se lleva ninguna idea de la propia idiosincrasia del lugar.
Recuerdo haber preguntado por el lugar donde tuvo la célebre discusión entre Sepúlveda y Las Casas y nadie en Turismo sabía, hasta que visitando museos, al salir ¡casi por casualidad! vi aquella tarja que identifica el lugar donde se inició la discusión del principal problema de la modernidad.
Al leerla a usted siento que hace gala de aquel que puede considerarse el máximo posible de conciencia crítica mundial… y no solo de Europa, Bartolomé de Las Casas. Continúa usted compañera Margarita Mediavilla en su letra y su espíritu aquel discurso crítico de la Modernidad, que fue el primero, también desde tierras vallisoletanas (un gentilicio que nunca he acabado de comprender por qué, en relación por ejemplo, con valladolenses) que tanto hace falta, del que tanto aprendemos, y del que también su lectura lo torna apasionante. Pero para nada he querido ofender a los que sin duda son la mayoría de los habitan la ciudad.
Ratifico mis gracias por la Revista a la que deseo mucho éxito, de hecho ya lo tiene; y a usted un referente dentro de ella, a la que he llegado a leer con mucho interés siguiendo las lecturas del también compañero Pedro Prieto, cuya genialidad, inteligencia y rigor académico son de una altura incalculable, y cuya obra debiera estudiarse desde la escuela primaria…y no sólo en España, así como la obra de todos vosotros. Gracias por ello.
Mis saludos.
Rodolfo Crespo
La reflexión sobre la pobreza creo que tiene mucho para dar. Me lleva a algunos escritos de J. M. Greer sobre la caída del Imperio Romano y la imposibilidad de sentir empatía con las clases dominantes y (de forma resumida) lleva a la búsqueda de otros referentes RICOS en otras cosas que en nada tienen que ver con lo material (moral, capacidad de acción, respuesta positiva ante las adversidades, etc.). El pueblo que se dejó llevar por el cristianismo o la religión musulmana es semejante al que hoy ya no considera a sus presidentes, reyes o empresearios personas dignas de ser imitadas… Esto nos podría llevar a buscar otros referentes (desde líderes narcos pasando por luchadores campesinos hasta movimientos sociales, a veces muy imprecisos -Indignados, ISIS o veganos-). El actual Papa entra como pez en el agua en este esquema sólo por perfilarse en un esquema diferente del de la mayoría de líderes globales. Un casi similar serían Mujica o Evo Morales que evidencian poco interés por el tener (aunque Evo sí por el poder).
En suma hoy quizás tenemos por pobreza la falta de propiedad sobre una serie de objetos y servicios, mañana por no ser parte de ninguna comunidad o grupo social y pasado por no tener seguridad de pasar el invierno.
En cuanto al debate sobre los flujos migratorios creo que como la destrucción de Siria (poco probable hace tres años) puedan darse algunas condiciones inesperadas en el camino al pico demográfico que lleven a que sea poco posible una respuesta a para dónde irá la gente..