Dolores Póliz

Mindfulness, ideología y transición

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(Textos previamente publicados en el blog del autor.)

I. Ideología, mindfullness y transformación

Cuando hablamos de mindfulness[1], de su utilidad para nuestras vidas, ¿a qué tipo de utilidad nos estamos refiriendo? Si hacemos un repaso de lo que diferentes especialistas han escrito al respecto, podríamos concluir que a través del mindfulness podemos «aprender a relacionarnos de forma directa con aquello que está ocurriendo en nuestra vida, aquí y ahora, en el momento presente». Que «es una forma de tomar conciencia de nuestra realidad, dándonos la oportunidad de trabajar conscientemente con nuestro estrés, dolor, enfermedad o con los desafíos de la vida».

Una idea muy extendida acerca del mindfulness es la de que, aunque parte de las tradiciones budistas, se ha liberado del contenido espiritual de las mismas, haciéndose así más atractivo para las personas occidentales. Aunque [el] mindfulness no implica convicciones religiosas, es una práctica vital que, en efecto, parte del budismo, y tiene un importante componente ético y espiritual que no se puede obviar. «El mindfulness es una práctica inseparable de las intenciones de la persona que lo practica», explica Bernhard. «Está vinculado con el precepto budista de no hacer daño. La atención plena de un francotirador cuando enfoca su objetivo con la mirilla de su rifle no es mindfulness tal como lo enseñó Buda». El mindfulness, insiste Bernhard, tiene que ir acompañado de buenas intenciones, amabilidad y generosidad.

Entre los desafíos de nuestra vida personal y colectiva está asumir, aceptar y gestionar la profunda crisis de nuestras sociedades. Aunque se trata de una crisis de raíces ecológicas, que afecta a toda la humanidad y a los actuales equilibrios de la biosfera, a ojos de las mayorías aparece exclusivamente en sus manifestaciones sociales y económicas. Esta incomprensión de fondo, que se cultiva deliberadamente desde las instituciones de poder y desde todos los medios de comunicación del sistema, dificulta, y mucho, poner en marcha medidas de adaptación a unos cambios que no es que vayan a venir, si no que ya están aquí, con una amplia gama de manifestaciones cada vez más dolorosas y que incluyen desde la inestabilidad climática, hasta la reducción de la energía disponible, pasando por un reparto socialmente injusto e internacionalmente criminal de las cargas que todos estos ajustes implican.

El mindfulness no es una ideología ni una forma de analizar el mundo, para su mejor gestión. Es una práctica que nos ayuda a conectar, a conocer y profundizar en nuestra esencia. Y a vivir y aceptar el momento presente. Sus indudables conexiones con el budismo, imbuyen de compasión la práctica del mindfulness. Aunque no es una ideología, nos propone una mirada profunda al entorno, llena de aceptación, compasión y ternura. La misma que propone para cada quien. Siendo así, en tiempos de crisis y desde el mindfulness… ¿qué hacer?

El mindfulness propone la conexión con el momento, la aceptación, la compasión, el amor. Y estos valores contienen las semillas de la transformación profunda que la especie humana tiene que abordar para religarse con el mundo. Practicando el conocimiento profundo de lo que en realidad somos, entre otras cosas nos liberamos de emociones inducidas sobre el consumo, la felicidad, el miedo, la seguridad, la dependencia… Practicando la percepción del mundo, podemos sintonizar de nuevo con la Vida que vibra a nuestro alrededor, abriéndonos a su belleza y grandiosidad. Practicando la compasión y la aceptación, podemos aceptar las heridas propias y las que infligimos al planeta que nos acoge. Solo desde esa aceptación amorosa de lo que somos, de nuestros límites, podremos acometer las transformaciones necesarias para superar la crisis que vivimos.

El mindfulness no es ideología, pero es una práctica amorosa, compasiva y liberadora. Justo los pilares que necesitamos para construir los referentes ideológicos capaces de movilizarnos para la transformación del mundo.

El mindfulness suma, y mucho, en los procesos de transformación del mundo. Y tal vez sea bueno tenerlo presente en nuestras prácticas.

II. Mindfullness para la transición

Como explica Jorge Riechmann, «para poder comenzar la transición y empezar a construir alternativas reales es necesario pasar una fase de aceptación y duelo».

A lo largo de la historia, el cambio y la transición han sido siempre una constante. Para quienes piensan desde el pesimismo acomodado, que hagamos lo que hagamos va a dar igual, [cabría] recordarles los imperios que cayeron, los privilegios abolidos y el avance de los derechos humanos a lo largo de la historia… Siempre, siempre ha habido cambios. La historia de nuestra especie es un proceso de ampliación de la conciencia, es una historia de liberación, con graves crisis, con crisis mortales, pero —al fin— un proceso de expansión de la conciencia y de enriquecimiento de la especie. Y ahora no debería ser diferente; luchamos para que no sea diferente.

A lo largo de la historia se suceden periodos de relativa calma en los que la especie acumula energía, con otros en los que la energía acumulada se libera, propiciando cambios más o menos drásticos. Ahora nos toca afrontar una de estas etapas.

Nos hemos dotado de una compleja organización cultural, social y política que ordena el mundo, y con la globalización, hay que decir que ordena todo el mundo: no hay región o cultura que escape de este entramado. Esta organización ya ha dejado de cobijar y proteger a sus inquilinos, para convertirse en cárcel, en la que muchas personas sufren y unas pocas obtienen grandes beneficios. Esta organización del mundo, a lo largo del s. XX ha generado guerras (¡dos de ellas mundiales!), no ha resuelto los problemas de hambre y ha llevado a la humanidad al borde del colapso por el abuso de los recursos energéticos. Esta construcción cultural, psicológica, jurídica, económica… que llamamos el Sistema hunde sus raíces en una cosmovisión marcadamente antropocéntrica cuyos orígenes podemos rastrear en el modelo de ciencia del s. XVIII, hoy superado por los avances científicos revolucionarios que se sucedieron a lo largo del s. XX.

Algunos de los más amargos frutos del modelo de percepción dominante es una concepción fragmentada de la naturaleza, que nos presenta a ésta como algo al servicio de los humanos. Y eso incluye también una percepción fragmentada de la humanidad, en la que unas personas, unas culturas o civilizaciones, son superiores a otras y susceptibles de explotar (y absorber) a las más débiles y atrasadas, en aras del progreso. Incluye también la relegación de la mujer y con ella, los valores femeninos presentes en todas las personas, con independencia de su sexo.

Pero este modelo ha entrado en crisis. Por un lado, crisis de las bases económicas y organizativas: crisis del sistema. Parece obvio que al final, la naturaleza no es algo al servicio de la humanidad y que el abuso de los recursos genera situaciones que hacen peligrar a la actual civilización humana, cuando no al futuro de la especie. La amenaza que supone el cénit del petróleo, se ve agravada y amplificada por las consecuencias de un cambio climático que va afectar a la productividad y a la habitabilidad de amplias regiones del planeta.

Por otro lado, crisis de percepción. Alentados por el nuevo paradigma científico, además de por la fuerza intuitiva que aún sobrevive en los humanos, cada vez más intensamente y cada vez más personas dan señales de búsqueda de un nuevo marco de relaciones con la Tierra, consigo mismas, con la globalidad de la Humanidad y con el resto de los seres vivos con los que compartimos destino. Esa sensibilidad, unida a la percepción de crisis y a la falta de salidas que la crisis social y económica genera, sitúa a la necesidad de realizar una transición como una de ésas necesidades sociales que el sistema y sus mercados ni satisfacen ni tienen interés en que nadie pueda satisfacer. Tenemos que organizarnos y compartir el camino que nos ha de llevar a un mundo más justo e integrado.

¿Qué hacer?

Una respuesta genérica creo que debe englobar tres ideas:

  1. cambiar hacia dentro, cada quien…
  2. asociarnos para compartir el proceso
  3. religarnos en la trama de la vida, con conciencia y amor hacia todos los seres con que compartimos destino.

Cambiamos cuando miramos hacia nuestra entraña, cuando adquirimos conciencia de lo que somos, de lo que nos importa, más allá de las necesidades creadas. Y ahí el mindfulness, como otras tradiciones contemplativas, puede ayudarnos.

Ampliar nuestro proceso individual de liberación significa cambiar el enfoque hacia nuestro interior, pero también hacia la Tierra. Completarlo con una visión sistémica de la Vida, llenarlo de relaciones enriquecedoras con la otredad del mundo. Y asociarnos para compartir el proceso significa compartir lo hallado, sí, pero también utilizar nuestra capacidad creativa para generar soluciones prácticas que nos permitan cruzar con garantías el proceso de transición… Y generar alternativas de organización en una sociedad que debería sobrevivir a la caída del sistema.

Jon Kabat-Zinn define [el] mindfulness como: “Prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar”. Este tipo de atención nos permite aprender a relacionarnos de forma directa con aquello que está ocurriendo en nuestra vida, aquí y ahora. Es una forma de tomar conciencia de nuestra realidad, dándonos la oportunidad de trabajar conscientemente con nuestro sufrimiento, dolor, o con los desafíos de nuestra vida. Y atravesar un mundo en crisis y transición genera sufrimiento, ansiedad, estrés… La atención plena nos ayuda a recuperar nuestro equilibrio interno, atendiendo de forma integral a los aspectos de la persona; cuerpo, mente y espíritu. En la medida en que somos seres naturales, hijos de Gaia, el equilibrio interno se tiene que apoyar necesariamente en un mundo cambiante, cuyas tensiones nos hieren y nos transforman. Equilibrio y transformación; religación y apertura, son las bases de esta propuesta de aunar mindfulness y trabajo en la naturaleza.

Dolores Póliz
Dolores Póliz

Nota del editor

[1] Respetamos (poniéndolo en cursiva, como extranjerismo que es) el término en inglés usado por el autor, así como su uso en masculino, aunque en castellano también se usan traducciones como atención plena, conciencia plena o conciencia pura, y lo correcto sería usarlo, por tanto, como femenino.

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3 Comments

  1. Me parece que este tipo de trabajo interior es fundamental para sentar los cimientos de los cambios que vienen. Sin una conciencia abierta a los otros volverán a aparecer los fantasmas del pasado. Mejor evitarlo a tiempo.

  2. Me gusta mucho la reflexión y la comparto aunque lo del presente presente del aquí y el ahora debe no cegarnos para reconocer el pasado , traerlo como experiencia con nosotros, que no trauma sino aprendizaje, y llevarlo a los futuros. Los tiempos no pueden ser lineales, no lo son en la física.
    Coincido con el editor que lo único en lo que discrepo es en la palabra «minfulness» igual porque como muchas de ellas, que se enunciaron de manera precisa, han sido pervertidas por los negociantes, también de estos mundillos. Pero este trabajo- que personalmente tanto me cuesta sacar el ratito- es medicina para no enloquecer con lo que ya está aquí y mantenernos de pié.
    Gracias por estas palabras que llegan en el mejor momento.

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