En los sistemas complejos alejados del equilibrio (termodinámico) decía Ilya Prigogine que a veces, y sin que sepamos muy bien porqué, una pequeña fluctuación en una parte del sistema puede cambiarlo entero, rápida y cualitativamente; sorprendentemente.
Existen en sistemas físicos, químicos y biológicos ejemplos de esto y se han querido ver en los sistemas sociales humanos. Un ejemplo podría ser la “fluctuación” “caída del muro de Berlín” y la cascada de acontecimientos que se produjeron después.
Otro ejemplo no humano, esta vez extremo, es el conocido “efecto mariposa” de la teoría del caos. Los sistemas complejos, caóticos o próximos a éste pueden cambiar cualitativamente y en relativamente poco tiempo.
Muchas esperanzas de los cambios sociales necesarios para las transformaciones que anhelamos la mayoría de las personas (un mundo justo, equitativo, respetuoso con el entorno…) están basadas en crear la “masa crítica” —otra analogía de la física— suficiente para transformar el sistema. De hecho los cambios sociales siempre han empezado así: un pequeño grupo de sufragistas, un pequeño grupo de manifestantes negros, una huelga de hambre de un líder de la India…
Sin embargo, las emergencias o cambios cualitativos del sistema no son predecibles, al menos en sus detalles. Y menos mal. Si fuera así, la Psicohistoria (véase La Fundación de Asimov) sería nuestro futuro y unas élites dictatoriales lo habrían dominado ya y para siempre.
La mayoría de los “movimientos sociales” no son “mariposas” cuyo aleteo genera un huracán. Y menos mal también.
Menos mal porque no todas las mariposas buscan cubrir necesidades universales con valores éticos universales (como la paz y el amor).
¿O es que pensamos que el cabo Adolf Hitler no comenzó como una pequeña fluctuación con bigote?
Es más, en la mayoría de las ocasiones es probable que el sistema hubiera cambiado porque siempre hay mariposas revoloteando, es parte del sistema social humano, de su diversidad y de cierta necesidad también.
Esta revista 15/15/15 es otra mariposa a la que le gustaría provocar un huracán, hay que intentarlo, pero no podemos depositar nuestras esperanzas sólo en las mariposas.
Después de todo sin Gandhi o Hitler la historia habría sido diferente, sí, pero de todos modos la India hoy sería un estado independiente y las tensiones en Alemania habrían dado lugar a una guerra en Europa.
No podemos predecir los detalles pero sí ciertas “condiciones de contorno”, ciertos límites. Ese es el único juego de la psicohistoria factible.
Por otro lado, son las élites —esa pequeña parte del sistema— las que están en mucha mejor disposición de generar e intentar controlar las fluctuaciones, grandes o pequeñas, que cambian el sistema o lo mantienen. Si una pequeña fluctuación puede hacerlo, una grande y semicontrolada más. Es por ello que vivimos en sociedades dominadoras (Durán y Reyes) desde hace 6000 años (las fluctuaciones son principalmente debidas a los cambios tecnológicos y los flujos de energía que han entrado de forma hiper-exponencial en el sistema humano, y ante esas fluctuaciones han sido las élites las reforzadas y las interesadas en su control, pero esto es una historia paralela que será contada también).
Al menos sabemos que las élites no pueden controlar el sistema, pero hemos de reconocer que se parecen a un caballo al galope rodeado de mariposas. La mayoría de las fluctuaciones benefician al caballo y no a la mariposa y solo con suerte los aleteos pueden hacer que el huracán se lleve al caballo. La suerte, o el precipicio por el que mariposas y caballo están cayendo ya (y el caballo no es Pegaso…).
La esperanza de transformación social durante una civilización que ha comenzado su colapso tampoco puede basarse en extrapolar ciertas teorías. Me refiero a “resonancias mórficas”, “inconscientes colectivos” o “mentes unidas a través de internet” cuando se llevan a extremos como la idea de que la humanidad se convierta en un conjunto emergente, en una especie de supermente consciente universal. No somos, ni lo vamos a ser, la “conciencia de la Tierra” (ya descartada la idea de “salvadores de la Tierra”), una consciencia capaz al menos de respetarla o comprenderla o, por qué no, dirigirla como un cerebro “dirige” el cuerpo que lo aloja. La cosa social no funciona así. Ni tampoco la analogía orgánica que se pretende.
El ser humano es autoconsciente gracias a un cerebro grande y complejo y no porque las neuronas sean seres autoconscientes trabajando en red.
La autoconsciencia es una emergencia de una interacción compleja de neuronas que no saben que existen y que trabajan coordinadas por la propia emergencia que surge de ellas (más de esto en “El Origen de Gaia”); ellas no tienen ninguna “voluntad” o “libertad” o “propósito interno” (en realidad alguno tienen como alimentarse o respirar).
Un hormiguero es una buena analogía: las propiedades del hormiguero no son decididas por las “obreras” o la hormiga “reina”, es al revés, son las propiedades del hormiguero las que determinan el comportamiento de las hormigas que se “someten” a reglas relativamente sencillas —seguir un rastro químico, por ejemplo—. De igual forma una neurona sigue reglas relativamente sencillas.
Neuronas y hormigas ni son libres ni son conscientes.
Así pues no podemos pedir —y menos a una civilización tan individualista— que el ser humano conforme una red consciente. Para ello debería primero pasar al otro extremo: minimizar la libertad individual para promocionar la colectiva y quizás incluso eliminar su autoconsciencia —que siempre generará individualidad— y, segundo, crear una red de interacciones complejas y coordinadas con propósitos que se irían definiendo en el sistema superior y no en el inferior —algo que internet y las redes sociales están lejísimos de poder hacer—.
En Gaia ya existen redes de comunicación bioquímica coordinadas y complejas –vía el agua, la atmósfera y los suelos- y, por ejemplo, las redes que forman las raíces de las plantas y las hifas de los hongos quizás tengan el tamaño, complejidad y coordinación para formar una “mente” de tamaño planetario.
Si hemos de especular hagámoslo prescindiendo de una visión antropocéntrica, sobre todo porque la mayoría humana hoy nos comportamos como un cáncer en un organismo y resulta irrisorio y patético pedirle a un cáncer que se convierta en tu cerebro.
Así pues lo “pequeño” (humilde) vuelve a convertirse en hermoso además de en transformador.
Las sociedades humanas tras el colapso se reconstruirán con humildad; ya no caerán en la tentación del “progreso” y la individualidad porque ya no tendrán el flujo enorme de energía que hemos sufrido durante siglos, y durante los próximos milenios tendrán que “luchar” por adaptarse a los fuertes cambios que el caos climático y la pérdida de biodiversidad —y sus funciones gaianas— estarán generando. Esto las hará más “lentas”, con más oportunidades de adaptarse a los cambios que la propia tecnología humana les genere, con oportunidad de aprender cuál es su papel en el organismo al que pertenecen, de integrarse a través de un rol que no podrá ser la mente de Gaia.
Una gran maravilla de nuestra mente es su capacidad de generarse placer a través de la simple contemplación de la belleza que nos rodea, aunque sepamos que Gaia no se contempla a través de nuestros ojos. Ese papel está ya asignado a los árboles.
Bibliografía
- La espiral de la energía. Fernández Durán y González Reyes (aquí está también las referencias a Prigogine), leer las últimas páginas de este libro.
- El origen de Gaia —también algo en Teoría Gaia orgánica—. Carlos de Castro. En el origen de Gaia se integran las teorías de Prigogine.
- La Fundación. Isaac Asimov. Varias novelas del futuro de la humanidad. Los psicohistoriadores pueden predecir el futuro y manipularlo, terminan dirigiendo la galaxia aunque existe una fuerte oposición —de telépatas—, de una fluctuación impredecible —el Mulo— y de un planeta Gaia autoconsciente.
muy interesante. Si se aplica la analogía con la psicohistoria de la Fundación de Asimov, ¿puede que nos lleve a un ser superior que vigila? saludos