Equinoccio de primavera de 2030. Ávalon. Diario de Sofía.

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Día uno.

Mi hermana ha sido la encargada de entregarme una copia del “Oráculo”, está empeñada en que yo sea una sacerdotisa de Gaia, como ella. Sin embargo me queda mucho por aprender aún y aunque devoraré este libro, que dicen que yo también ayudaré a escribir, mi obsesión es la informática y el proyecto que dirige mi padre.

Pero quiero comenzar este diario pensando en lectores del futuro y describiendo rápidamente los acontecimientos de los últimos años.

Ávalon lleva construyéndose desde hace dos décadas y yo vine a instalarme con mi familia hace tan solo un lustro. Voy a cumplir esta semana 17 años.

Bueno, empiezo, que veo que mi mente no es muy ordenada.

En la Europa de solo hacía cinco años los extremos climáticos de sequías, lluvias torrenciales, oleadas de calor y tormentas marinas junto con la constante crisis energética habían provocado menos muertos y violencia que la inmigración que causaron. Mi familia, como tantas otras, tuvimos la intención de marchar al norte de Europa, pero la insistencia de mis tíos hizo que finalmente nos mudáramos aquí, a este pequeño pueblo en medio de un valle escondido de la geografía gallega. Creo que a mi padre lo que finalmente le convenció fue la necesidad de mantener un sistema informático robusto en Ávalon. No había informáticos aquí y mi padre aún conservaba parte de sus conocimientos.

Hace tan solo dos años fue el año del Gran Niño, el que batió todos los récords y provocó en una cascada de acontecimientos el caos posterior. La inmigración masiva de los países del sur terminó de desestabilizar la Suiza de pastos amarillos y amenazaba con hacerlo con Noruega, Suecia y Finlandia, únicos países en Europa que habían mantenido organizaciones estatales hasta ese mismo año. La inmigración de españoles, franceses, griegos e italianos se trataba de frenar a base de vallas kilométricas y cada vez más balas. Pero el deshielo no se podía frenar con concertinas.

Entre el 2022 y el 2028 se abrió cierto comercio con Canadá, Japón y Rusia aprovechando que el deshielo del Ártico ya duraba algunos meses cada año. Pero los ecosistemas a duras penas se mantenían; junto con el cultivo de los cereales estaban apareciendo plagas de insectos que la permacultura no tenía forma de combatir más que con el paso de las décadas y la ayuda de una biodiversidad que seguía disminuyendo aceleradamente. Los bosques nórdicos daban paso a marchas forzadas, por las hachas y las plagas, a los cultivos. Pero éstos, con las abejas diezmadas y el resto de biodiversidad en declive, se empeñaban en producir poco incluso para los habitantes nativos. El 2028 fue un desastre agrícola en todo el Hemisferio Norte y en América central y del sur. Las hambrunas vinieron con él e inmediatamente las migraciones masivas.

Esas mismas corrientes migratorias se produjeron no solo en Europa. De Estados Unidos y Méjico a Canadá, y de China e India a Rusia. El Gran Niño, que tuvo su epicentro en el Pacífico Sur había hundido el Norte ya tocado desde hacía más de una década por una permanente crisis económica debida sobre todo a la crisis energética.

Dicen que China y la India comenzaron a lanzar sus bombas atómicas y biológicas sobre Rusia a comienzos de 2029, cuando ésta trató de frenar por la fuerza a los inmigrantes climático-energéticos. No se puede parar una corriente de 1000 millones de humanos desesperados, ni lanzando tus centenas de bombas atómicas.

La reacción rusa fue un suicidio, porque tras el Gran Niño vino el invierno nuclear, que hoy llamamos la Gran Niña.

La Gran Niña se supone que durará más o menos una década, y luego dará paso a un Niño permanente, eso dicen los viejos modelos, aunque Diego tiene dudas e insiste en que durará algunos siglos por la activación de los episodios volcánicos y los terremotos. Si no le he entendido mal, dice que los cambios climáticos tan bruscos cambian rápidamente el balance de masas sobre los continentes y que eso es una provocación geológica. En fin, suena demasiado pesimista y yo prefiero pensar que la glaciación se acabará pronto.

Aquí y ahora, sin embargo, el proyecto Alejandría y la conservación y ampliación del libro del Oráculo se han convertido en una obsesión para las 153 personas que lo habitamos.

Hemos tenido que cambiar a cultivos resistentes al frío. Pero guardábamos semillas desde hacía una década y llevamos plantando árboles de todo tipo desde los inicios de Ávalon. La red subterránea donde vivimos la hicimos pensando en protegernos del calor, pero nos sirve también para el frío. Nos falta luz solar para que las plantas hagan la fotosíntesis, pero sabemos que este invierno ha sido el peor de todos y cada año puede que sea más fácil. La escasa fotosíntesis solar la suplimos con nuestra central geotérmica que nos da calor y también produce la electricidad para nuestros focos de LED. Su consumo eléctrico es tan alto que hemos restringido los usos informáticos a la mínima expresión. Mi padre nos recuerda con una sonrisa que había personas que hacían esto mismo para el cultivo de la marihuana y que no sabe qué sería mejor para entrar en calor, si comer o fumar.

Sabemos que el proyecto Alejandría no lo podremos mantener más que una o dos generaciones humanas más; porque seguimos viviendo de los residuos tecnológicos de pueblos y ciudades cercanos, hoy desiertos helados. Ha costado mucho esfuerzo y dolor.

Hace dos días vimos una vieja película: “Mad Max y la cúpula de trueno”. Se cumplió, pero con un paisaje helado y oscuro y sin héroes machos fuertes y violentos.

Los de mi edad y más jóvenes solo hemos sabido de la extrema violencia por noticias ajenas a lo que hemos vivido en Ávalon. Quizás parte de nuestra buena convivencia y de la falta absoluta de agresividad sea un efecto péndulo de lo vivido por alguno de nuestros mayores. Marta dice que es porque somos un pueblo feminista y vegetariano desde el principio. Mi hermana Julia dice que es nuestra empatía con Gaia. El caso es que aunque hay discusiones, no recuerdo desde que estoy aquí que nadie haya levantado la mano sobre nadie, incluidos nuestros compañeros animales. Y quizás por pura fortuna, no hemos tenido visitas de gentes desesperadas con armas en sus manos (fuimos capaces de integrar a las varias docenas que aparecieron el otoño pasado en tres oleadas, Lucas entre ellos).

Este invierno pasé un poco de hambre cuando se nos acabaron todas las reservas en forma de latas de la civilización anterior (así hablamos ahora del mundo de hace solo cinco años). Sin embargo, a pesar de todo, la vida en Ávalon nos hace felices a la mayoría. Bueno, a mí me dicen que yo casi no tengo recuerdos previos y que no tengo pues sentimiento de pérdida y que por eso soy tan feliz. Mi hermana dice que ando canturreando y sonriendo siempre porque estoy enamorada de Lucas.

Vale; no soy psicóloga, pero creo que en medio de todo este caos y silencio exterior, ésta pequeña isla de nueva civilización se alimenta de un proyecto común y eso hace a los más mayores también felices, pese a todo lo que han perdido. Lo llamamos Alejandría en recuerdo de la gran biblioteca de la antigüedad. Es un proyecto aparentemente sencillo: pretendemos conservar para el futuro parte del conocimiento adquirido por la humanidad (en libros, en El Oráculo, en memorias flash, en discos magnéticos e incluso algunas cosas hasta talladas en piedra). En el pasado hacían las cosas al revés, cuanta más tecnología e información tenían menos robustez y durabilidad tenían las unidades de almacenamiento, así que mi especialidad será conseguir sistemas robustos de alta capacidad, viviendo de piezas sueltas que armar, de la basura tecnológica del pasado.

Y luego tenemos otro proyecto más importante, por ser este espiritual. Somos el reducto humano que sabe que por encima del ser humano están los árboles y por encima de estos Gaia. Trabajamos para ella y su futuro. Hemos encontrado la razón de ser de la humanidad y es coherente con Gaia, tenemos la obligación de sobrevivir.

Dice mi tía Inés que nuestros proyectos comunes nos hacen fuertes y felices por ser de todos, por trascender a cada uno de nosotros y a nuestra propia comunidad. Es más, el proyecto Alejandría lo hacemos con amor porque aún amamos a la humanidad. Y mi hermana dice que el Oráculo aún nos une más porque por primera vez en la historia humana tenemos la idea de que trabajamos para algo por encima de la humanidad y que eso rompe con un mito profundo, la idea de que el ser humano es lo más importante en el Universo. Paradójicamente, dice, eso nos hace mejores y más humanos. Yo la creo aunque no acabo de entenderlo y cuando le digo si no está repitiendo la idea, y quizás el error, de crear una nueva religión me dice que ésta es diferente a las demás, porque ésta no pretende la salvación del individuo, de la persona, ni siquiera la salvación de la especie. El bien común trasciende al prójimo, porque el prójimo es solo una ilusión.

Así que, como sigo sin entenderla, prometo a este diario que leeré los libros de filosofía y de religión que tenemos en la biblioteca al tiempo que el Oráculo.

Somos parte del “Oráculo de Gaia” y yo solo estoy aprendiendo ahora a entenderlo.

Buenas noches y hasta mañana, querido lector del futuro.

Nota

Este diario fue encontrado en Ávalon, muchos años después de que éste se abandonara. Aquí se relata solo el primer día del escrito. Para saber más debe consultarse “El Oráculo de Gaia” o contactar con Carlos de Castro Carranza, que tiene algunas copias del mismo.

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