Publicado: 20/02/30
Autor: Margarita Mediavilla
Idioma: ES
La Escuela
Ora et labora. La vieja regla de San Benito es un buen resumen de la filosofía que queríamos aplicar a la Escuela. Cuando el Imperio Romano colapsó, Europa se sumió en siglos de oscuridad y sólo empezó a levantar cabeza cuando los monasterios cristianos adoptaron esa regla benedictina. Los monjes, que poseían una esmerada educación, tenían que trabajar con sus manos y utilizaban sus conocimientos para facilitarse el trabajo. De esta forma empezaron a desarrollar tecnologías como los molinos de agua, que fueron sacando poco a poco a Europa del oscuro Medievo.
Quizás tengamos que darles las gracias a los brutales recortes en la universidad que sufrimos hace 15 años y nos dejaron en el paro, como a tantos jóvenes recién titulados. Gracias a ello nos juntamos un grupo de científicos e ingenieros y empezamos a pensar cómo ganarnos la vida con tecnologías open source y aplicaciones para el ahorro energético. Quizá si España no hubiera sufrido tanto en la crisis del 2008 no hubiésemos reaccionado y ahora nos pasaría como a los norteamericanos, sumidos en la guerra civil. Dentro de lo que cabe, en el Sur de Europa empezó a fraguarse la Gran Transición cuando todavía la sociedad era rica en recursos y no había problemas de escasez real, sino mucha desigualdad e injusticia.
En Amayuelas, en la escuela del INEA y en Piñel se estaban empezando a formar escuelas de agroecología para una generación de jóvenes campesinos que huían de las ciudades. Los productos de los campesinos eran más caros que los de los latifundios corporativos, que todavía podían permitirse usar abonos sintéticos y grandes cantidades de gasóleo, pero su ventaja era que vendían en moneda social por medio de redes de consumo y eso les permitía sobrevivir e incluso crecer. Con las monedas sociales la población marginada intercambiaba servicios y jornales por alimentos y así se mitigaba el desempleo de las ciudades; probablemente gracias a ello no entramos a principios de los años 20 en una espiral de caos, como tantos otros países.
Pero el campo también requería máquinas y los campesinos necesitaban una tecnología pensada para ellos, así que empezamos a tomarles como nuestros principales clientes. En las redes de consumo se empezó a hablar de cerrar el ciclo de alimentos, servicios y manufacturas y conseguir que la economía marginal se independizase del sistema global.
Pronto vimos que algunos de nosotros no teníamos remedio y cada vez le dedicábamos menos tiempo a las cosas que nos daban de comer y más a soñar con crear una tecnología realmente sostenible desde la raíz. Era una idea que habíamos acariciado tiempo atrás y conocíamos bien la teoría: sería una tecnología basada únicamente en energías renovables, fácil de reparar, capaz de reciclar todos los materiales a tasas cercanas al 100%, respetuosa con los ecosistemas y las personas...
Empezamos pensar en crear una Escuela de Permaingeniería, pero también vimos muy claro que ya no podíamos usar el viejo esquema académico del que procedíamos y nos propusimos no enseñar nada que no hubiésemos hecho antes con nuestras manos. Los primeros cursos se impartirían en las granjas y los talleres y sólo después los alumnos pasarían por las aulas. Ora et labora. Las cabezas educadas y conectadas a las redes de Internet, pero las manos y los pies trabajando y enraizados en la tierra.
Hace dos años la universidad pública (que sobrevive depauperada y un poco anclada en el pasado) nos dio la sorpresa de reconocer nuestra labor y cedernos la antigua Escuela Politécnica. Hemos empezado a convertir aquella vieja escuela de mediados del XX (ejemplo de construcción sin el más mínimo criterio ambiental) en un edificio autosuficiente. Balas de paja para las paredes, ventanas y aislantes de bajo coste, huertas y bosques comestibles en las riberas del Pisuerga, sistemas de riego basados en la propia energía del río... tenemos muchos proyectos para la Escuela, que está siendo un fantástico laboratorio de saberes y oficios.
Todavía es muy pronto para decir si vamos a ser capaces de sacar adelante nuestra escuela, tampoco tenemos muy claro si va a ser posible sostener una civilización industrial sin energía fósil, pero hay algo que nos llena de esperanza. No sabemos si es la potencia de las monedas sociales, la gratuidad del open source o todo ese caudal de voluntarismo que ha venido creciendo en esta última década, pero hay tecnologías que se difunden exponencialmente y funcionan inesperadamente bien. Estamos trabajando mucho y hemos consumido gran parte de nuestros ahorros, pero la escuela es un sueño hecho realidad: el sueño de intentar salvar los conocimientos científicos más importantes del siglo XX, para que no se pierdan en el colapso del capitalismo globalizado, que en su día predijimos y que ahora vemos ante nuestros ojos.
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