Publicado: 17/03/30
Autor: Érawan Aerlín
Idioma: ES
Érawan Aerlín es socióloga y madre en la Universidad de la Comunidad del Urederra (Navarra-Nafarroa)..
Ilustración de la propia autora.
La cuestión de las élites revisitada
Hace más de una década que varios estudios (uno de los estudios seminales fue publicado en 2014) vienen advirtiendo de que las élites no solo no pueden resolver nuestros problemas sino que los agravan.
A principios de siglo se debatía por democratizar el poder, por cómo evitar la corrupción y si las élites sabían o no todo lo que se nos venía encima. Por aquel entonces los negacionistas del cambio climático apoyados por ciertas élites eran un claro ejemplo de camino suicida. ¿Qué sentido tiene para el poder negar lo que saben que es un desastre para todos? Desde la sociología y la psicología teníamos el debate sobre si negaban la realidad o si la conocían bien. Entrábamos en un círculo vicioso de discusión: ¿las élites piensan que los súbditos sabrán que ellos saben y que si lo niegan es porque ellos se salvarán al continuar en el poder? Había en realidad de todo, élites ignorantes y élites bien informadas (que son las que detentan hoy el poder en buena parte del mundo, sobre todo en aquellas regiones con pozos de petróleo productivos).
Pero en un mundo de clima caótico e inmersos en la vorágine de la Sexta Extinción Masiva no hay islas donde salvarse. ¿Las élites eran optimistas y egoístas? ¿Acaso hay mejor estrategia que ser rico ante las necesidades de adaptación a un clima caótico y a ecosistemas que colapsan? ¿En las guerras que hemos conocido en esta última década, quién ha muerto?
Durante la década de los años 10 los debates fueron centrándose en la relación mundo financiero y crisis energética. La posibilidad de que sobreviniese un colapso como el que ahora estamos viviendo parecía entonces venir antes por el lado de los recursos que por los efectos de su uso. El efecto neto sobre la sociedad de esa década fue un aumento de la desigualdad en todo el mundo, en especial en los países entonces más ricos. Así que la cuestión derivó en que la estrategia de los ricos, al menos a corto plazo, era racional: las crisis económicas se sucedían, pero los mejor situados y preparados económicamente no solo se adaptaban sino que sacaban provecho. El pastel de los recursos hoy sabemos que empezó a reducirse hace por lo menos 15 años, pero las élites pillaron un trozo aún más grande que el que ya tenían.
En estos últimos años la sociología y la psicología nos hemos puesto las baterías (el año pasado se ha creado la revista científica internacional Sociología del Decrecimiento). Creo que por fin nos hemos hecho un hueco en el debate, al menos en el académico, pero sin duda éste se está filtrando a la población rápidamente.
Desde el grupo de investigación al que pertenezco iniciamos en 2022 contactos con expertos en Pico del Petróleo, Cambio Climático Antropogénico, ecólogos de la biodiversidad, energías renovables, agricultura ecológica, etc. Al principio como parte de un estudio sociológico de los movimientos autodenominados de Transición que estaban experimentando un auge exponencial. Pero, poco a poco, los físicos, ingenieros y demás científicos y tecnólogos duros fueron haciéndonos cada vez más preguntas. Y nosotros, que entonces andábamos muy despistados (esa falta de interdisciplinaridad que aún buscamos) empezamos a comprender de lo que se trataba: no había soluciones tecnológicas, ni siquiera con políticas renovables, transporte colectivo, permacultura, etc. El mundo iba derecho al colapso entendido este como un decrecimiento más o menos rápido y desordenado de la producción material, del uso de los recursos, y de la población humana (ésta comenzó a descender en 2025 como ya sabemos). Este colapso durará generaciones (salvo que nos embarquemos en guerras mundiales, en cuyo caso será mucho más rápido) y es imparable.
Así que la cuestión ha derivado rápidamente de cómo realizar una masiva transición socioecológica para evitar el colapso a cómo adaptarnos a él mientras lo sufrimos. Los movimientos sociales más activos comenzaron a preguntarse mediada la década de 2010 cada vez más por cómo lidiar, no ya con qué variedad de tomate cultivar, sino con las maneras de hacer que la convivencia humana fuera mejor y más estable en un mundo globalmente violento e inestable (buena parte de las experiencias pioneras de transición comunitaria no destruidas desde el exterior fracasaron por problemas de convivencia, no por problemas técnicos).
Y así descubrimos por el camino que las claves del problema civilizatorio se venían a nuestro terreno. Sin darnos cuenta los científicos y activistas ecologistas nos encontrábamos dando charlas sobre el darwinismo social y de cómo evitarlo, al tiempo que los temas más tecnológicos se iban quedando atrás en las agendas de los movimientos sociales.
En los últimos años hemos podido comprobar que el peligro de la reacción de las élites sigue muy presente. Como ya había advertido en 2010 el por aquel entonces presidente de la Comisión Europea Durao Barroso los intentos de golpe de Estado comenzaron en los países europeos que sufrimos más tempranamente los efectos de la crisis (Grecia, Italia, Portugal, España) pero acabaron extendiéndose también a algunos de los más ricos del norte, aquellos que tenían supuestamente una cultura democrática más largamente asentada. La quiebra y posterior privatización de las diversas agencias espaciales les ha permitido incluso embarcarse en la construcción de estaciones orbitales privadas (como había anticipado la película de 2013 Elysium). Esta huida hacia delante tecnototalitaria se ha apoyado en medidas más con los pies en la tierra como el acaparamiento de tierras en África, América del Sur, Rusia, Canadá y Groenlandia que comenzó ya a comienzos de siglo. Pero los que de entre ellos están bien informados saben que las cosas ya no van por ahí aunque el caos climático siga presente de forma cada vez más dura.
La economía que ellos siguen llamando sumergida hoy es como un iceberg en casi todas partes. Aunque los castigos por salirse del sistema que ellos controlan van en aumento y parte de las élites se han hecho con la regulación y posesión de las renovables y de la agricultura ecológica certificada, no pueden meter en la cárcel a la mayoría de esos súbditos que ya no cuentan con ellos ni siquiera en aquellos estados que aún controlan (en las últimas elecciones de la Confederación votaron solo el 12% de los electores en Nueva Cartago).
Saben que han perdido la batalla contra la sociedad que se ha organizado al margen del Estado y del poder económico. Los movimientos en Transición y los nuevos movimientos autodenominados en Adaptación siguieron creciendo imparables y acabaron por comprender —por suerte para el futuro de la Humanidad— que la única salida es construir un camino paralelo al poder ignorándolo y esperando que les ignore (algo parecido describió Ted Trainer en el libro The Transition to a Sustainable and Just World cuya versión en castellano publicada en 2015 tuvo un impacto catalizador).
Pero el poder ya no nos ignora.
Las élites siguen moviéndose en coche y helicóptero, tienen sus barrios alambrados, sus enclaves fortificados, con guardas armados hasta las cejas, usan su rápida NeoNet por satélite y por supuesto disponen de toda la electricidad que necesitan.
Y a estas alturas del colapso socioeconómico capitalista se están dando cuenta de que no los necesitamos, que ya no queremos ir a sus barrios a invadirlos como anunciaban las películas de zombis que volvieron a llenar las pantallas al comienzo del siglo. Están perdiendo el poder sobre nosotros y eso los está desestabilizando social y psicológicamente (hace tiempo que los psicólogos saben que una disfunción mental de las élites no es su nivel de vida en sí, sino su deseo de que el otro permanezca en un nivel inferior de vida). Todo anuncia que se avecina un último ataque desesperado por su parte y debemos estar preparados como hemos hecho siempre.
En mi grupo de investigación nos dimos cuenta de esto a partir de 2027 cuando recibimos una invitación de las Comunas de São Paulo para investigar precisamente por qué el poder se suicida a medio o largo plazo. Ya sabían que el poder está ligado psicológicamente a la corrupción y a la pérdida de empatía, porque son cosas que sabemos desde hace décadas. Nuestra investigación quería ir un paso más allá. ¿Por qué el ser humano tendía a generar siempre estructuras piramidales de poder cuando sabemos que conducen al colapso de la pirámide a largo plazo?
Pensábamos que en São Paulo querían superar las explicaciones darvinistas que nos decían que el género Homo ha vivido históricamente casi siempre en pequeñas comunidades de unas pocas decenas o centenas de personas con un líder y que nuestros genes y cerebro “reptilianos” siguen anclándonos en esa estructura. Luego nos dimos cuenta de que lo que pretendían era evitar que las élites se introdujeran en los movimientos de Adaptación o que surgieran élites dentro de estos. Entendían que el tema era más complejo que lo del líder macho cazador que sobrevivía en la lucha por la existencia, pero el caso es que intuían que las nuevas élites iban a ser otra vez el líder macho cazador vestido con otros ropajes.
Aceptamos la financiación a través de un convenio de cooperación internacional al desarrollo del Gobierno de Sao Paulo con el Gobierno de Nueva Baskonia.
Nuestros modelos de dinámica de sistemas pronto comenzaron a arrojar los mismos resultados en repetidas simulaciones: por pequeñas y bien organizadas que estuvieran nuestras comunidades, existía una tendencia al colapso; cualquier pequeño avance tecnológico liberaba inicialmente un tiempo que alguien usaba –sin intención o con ella- para incrementar una parcela de poder sobre los demás. Así, se tendía a entrar en un círculo de realimentaciones positivas que conducía inevitablemente a una estructura piramidal y con ella al colapso, salvo que la tecnología permitiera dar una patada adelante.
Comparamos el sistema de nuestras comunidades con otros sistemas complejos que tratamos de imitar en algunos aspectos: termiteros, ecosistemas o Gaia misma. Para ello usamos como novedad los fundamentos de la teoría Gaia orgánica en vez de las típicas y sencillas relaciones neodarvinistas. En ocasiones algunos ecosistemas colapsan de forma natural cuando precisamente no evitan la estructura piramidal, pero, como diría Darwin, esos ecosistemas no se reproducen y se extinguen en seguida; en nuestro lenguaje, los errores se autocorrigen.
Un ejemplo claro lo tenemos en la estructura organizativa de un termitero o una colmena: no hay concentración del poder aunque sí una fuerte división del trabajo. La reina y los zánganos —como aún se sigue equivocadamente llamando en la literatura científica al órgano reproductor de la colmena— no son más que una parte coordinada del organismo mayor. No hay alcaldes, ni reyes en la biosfera, en ningún sitio, a pesar de mitos que aún perduran como el del Rey de la Selva.
El quid de la sostenibilidad en el tiempo, no es solo la resiliencia o capacidad de adaptación a los cambios de nuestras comunidades en Transición y Adaptación, sino también la aparición de mecanismos que restrinjan de forma rápida y automática la aparición del liderazgo que lleve a la concentración de poder. Estos mecanismos intuimos además que permiten transformaciones evolutivas.
Si en nuestros modelos de dinámica de sistemas para nuestras comunidades metemos mecanismos ad hoc para eliminar cualquier inicio de concentración de poder, el resultado es que las mejoras tecnológicas van un poco más lentas pero esto permite que la sociedad se adapte a ellas. Aparece la mejora, incluso material. En la biosfera el equivalente es la restricción a la entrada de los llamados “tramposos”: aquellos individuos que trabajan más para sí que para la comunidad en la que están inmersos.
Esto nos ha recordado la antigua idea de los límites de crecimiento que aparece también en la teoría Gaia orgánica. Sólo se crece materialmente si ese crecimiento es debido a un aumento de reciclado material. Ese aumento de reciclado obliga a mayor coordinación y cooperación dentro del sistema. En nuestro caso lo leeríamos así: cualquier avance material tecnológico debe prohibirse en nuestras comunas mientras no lo incorporemos a nuestro acervo cultural (lo que siempre lleva tiempo) y siempre y cuando no sea únicamente debido al reciclado, es decir, a la mejora medible de la organización y coordinación social. Es decir, a un aumento de la equidad social que haga justo lo contrario de empoderar a algunos individuos dentro de la comunidad. Un buen indicador podría ser el Índice de Felicidad y de Amor recientemente estandarizados y aceptados por la Red Global de Comunas.
Suena un tanto paradójico, pero la idea es que los individuos trabajen cada vez menos para sí mismos y cada vez más para la comunidad. Es más, hay que entender a esta como un organismo, es decir, las personas y sus libertades individuales dejarían paso a la comunidad y sus libertades.
Es importante que nos demos cuenta que la idea que proponemos no es un ecofascismo –que es, pensamos, la idea de algunas neo-élites–, sino justo lo contrario, porque al no haber líderes ni concentración de poder, la libertad individual se confundiría poco a poco con la libertad de la comunidad.
Además, creemos que así tendríamos un motivo más, no ligado solo a lo religioso, de trascendencia del ser humano, algo por lo que seguir luchando más allá de la mera supervivencia. Si un día lejano, la Red Global de Comunas se convierte en un organismo, estaríamos trascendiendo (habría evolucionado) el Ser Humano. Es algo que invitamos a quien nos lea a reflexionar con calma y sin prisa, un posible camino no muy alejado de la mayoría de los movimientos espirituales y religiosos que han surgido esta década y de la ya tradicional Ecología Profunda y la sabiduría del Buen Vivir de las Comunidades hermanas de América del Sur que tanto nos han enseñado.
La parte más positiva de todo esto es que a la vez que la civilización post-industrial va colapsando, las comunidades que sobrevivan van a ser las que logren ser cada vez más como un organismo y menos como una suma de individuos libres que interactúan: serán más coordinadas, más cooperativas, más justas y solidarias, más amantes y ¡más felices!
¿Estamos ante los preliminares de un salto evolutivo mayor que la aparición del género Homo o la de los insectos sociales, origen de los organismos colectivos?
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