Publicado: 21/03/30
Autor: Alejandro López
Idioma: ES
Fotografía: Ralf Roletschek (Wikimedia Commons).
De cómo las cooperativas ciudadanas de energía han logrado conservar parte de la infraestructura eléctrica
Estamos en el 2030 y las cosas han cambiado mucho en los últimos 15 años. La profunda crisis económica (consecuencia, entre otras cosas, de nuestra gran dependencia energética), llevó a la quiebra al Estado y ha transformado por completo nuestro entorno diario. Nos hemos acostumbrado a vivir con mucho menos, pero también a disfrutar y valorar lo que realmente merece la pena en esta vida. Básicamente nos hemos desprendido de lo que sobraba.
El racionamiento a todos los niveles es normal y ya estamos acostumbrados, aunque siempre se puede uno permitir algún pequeño capricho. Atrás quedaron los días de abundancia extrema y derroche, pero también los días del egocentrismo e individualismo extremo. La necesidad nos ha vuelto más solidarios y cooperativos, pero sobre todo mucho más reflexivos en general. Ciertas conductas de consumo que hace 15 años eran habituales, hoy en día serían impensables, especialmente con la energía eléctrica, los combustibles, el agua o la comida.
Debido a la quiebra, muchas infraestructuras se han quedado sin mantenimiento e inutilizables con el tiempo, entre ellas partes de la red eléctrica. Lo primero en caer han sido las conexiones a las zonas más remotas, debido al robo de los cables de cobre y su no reposición a causa de su alto coste y nula rentabilidad para las grandes distribuidoras dueñas de la red. La falta de mantenimiento de los transformadores, ha hecho que los que estaban peor mantenidos y en zonas poco habitadas, también dejarán de funcionar, dejando sin electricidad a zonas y barrios enteros de pequeñas ciudades y poblaciones. Y las centrales térmicas y de gas que ya no producían y que dependían de la importación de esta materia prima también han dejado de funcionar. El pillaje esta dando buena cuenta de ellas.
Uno de los grandes problemas de la falta de electricidad es la conservación de los alimentos, debido a nuestra gran dependencia de los frigoríficos y congeladores. Esto ha cambiado por completo nuestros hábitos de consumo alimenticio y aunque se siguen utilizando estos electrodomésticos, la gente consume más alimentos frescos y del día y también autoproduce.
La dependencia financiera de muchas grandes eléctricas debido a las malas inversiones en proyectos de generación basadas en fósiles (no preveían una situación de escasez energética como la actual), las está obligando a malvender activos y reducir su tamaño, para cubrir las deudas. Al quebrar el Estado ya no lo pueden exprimir como antes. Las cooperativas energéticas han aprovechado para comprar esos activos o directamente apropiárselos cuando se han abandonado, para autogestionarlos. En la situación actual ninguna empresa extranjera se atreve a entrar.
La aparición de las cooperativas energéticas a partir del 2010, especialmente las locales, propició la autoorganización de la gente para asumir el control de la red y la producción de energía en su entorno. Tanto energía eléctrica como térmica. El know how del sistema eléctrico adquirido por estas cooperativas, ha ayudado a cubrir las necesidades básicas de energía eléctrica (y en algunos casos térmica) de las zonas que habían sido abandonadas por las distribuidoras. Han montado microrredes y también pequeñas centrales de generación de energía renovable. Son islas energéticas fuera de la red central. Pero los recursos son los que son y obliga a depender de la oferta y no de la demanda como en los últimos 150 años.
Esta autosuficiencia tiene un precio y es la racionalización del consumo. El consumo se tiene que adaptar a la oferta, ya que de lo contrario la red se cae y la electricidad se corta. En estas islas, la producción de energía para consumo eléctrico tiene que ser planificada con 48h de antelación para ir adaptando la curva de demanda a la curva de oferta. Esto significa que hay que planificar cuánta energía y durante cuánto tiempo se va a consumir, hora a hora y avisando con una antelación de 12h si existe algún cambio. Esto ha modificado nuestros hábitos de consumo eléctrico y hace que usemos muchas cosas colectivamente por turnos, en lugar de individualmente (por eso ahora los electrodomésticos más útiles se comparten, como lavadoras o frigoríficos y congeladores de uso compartido). De todas formas poco a poco van desapareciendo los electrodomésticos, principalmente por falta de respuestos, y el consumo de energía eléctrica sigue bajando.
Usamos la fotovoltaica, minieólica y minihidráulica para la generación eléctrica, y la biomasa junto con el biogás de los residuos y la solar térmica, para la calefacción, ACS y como respaldo en momentos muy puntuales. El bombeo hidráulico es el método más común para acumular energía, como si estos pequeños embalses fuesen una especie de baterías, en los lugares donde es posible.
Esta manera de funcionar se está extendiendo por todos los lugares, ya que los cortes de electricidad y los fallos en la red central se han ido generalizando los últimos años, y aunque en algunas zonas las grandes distribuidoras siguen manteniendo las redes (por supuesto esto incluye determinadas infraestructuras estatales y los enclaves capitalistas que no cuentan con su propia generación), cada vez más partes de la misma han sido abandonadas o vendidas a cooperativas locales de energía. Es una cuestión de tiempo que desaparezcan estos dinosaurios y su lugar lo ocupen multitud de islas energéticas cuya energía es gestionada por las cooperativas.
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